martes, 9 de marzo de 2010

In memoriam, Claudio Rubio


















Mi amigo Claudio

Hoy se fue mi amigo Claudio. El tata, como se hizo llamar desde que Nicolás nació, Claudio Rubio Blest, para quienes tuvimos el honor de conocerlo desde antes.

Se fue rápido, casi sin avisar, haciendo uso de su derecho a elegir. Se fue tranquilo, de noche y sabiendo a los suyos seguros después de una tragedia reciente. Se fue de viejo, en su segunda juventud, esa que se empeñó en vivir con pañuelo en cuello, arriba de su moto. Se fue con su pelo largo y gris, orgullo que se atrevió a mostrar después de lo que sintió su servicio del deber.

Se fue un guardián que cuidaba a todos sus amigos. Se fue con su agenda, tesoro propio, con cientos de amigos y fechas que solo él guardaría. Se fue el que escuchó todas las historias que le contaron y el que relataba sus anécdotas en forma de cuento. Se fue el mejor conversador del mundo, el de las ingenierías, los chistes y las travesuras y juegos de sus nietos.

Se fue un anfitrión, que juntó vidas en su patio bajo el damasco para que se conocieran, con el pretexto de unas carnes que el mismo cocinó, usando el cariño aprendido de su rica vida familiar, y que no quiso abandonar aun en su voluntaria soledad.

Se fue con su pasaporte celeste, que las Naciones Unidas le prestó para pagar una deuda que el adquirió con el mundo y que saldó con un niño de Irak, regalándole su maleta de pertenencias.

Se fue un papá, que aceptó destinos que a veces no entendió. Un papá que prestó su corazón. Un papá que amó, amó y cuidó. Un papá que ayudó, que prestó silencios y que visitó nidos reconstruidos. Un papá que abrazó todas las veces. Un papá que compró varias veces el mismo piano, y que entregó por los genes, la música que el no pudo componer y que se atrevió pocas veces a interpretar en un acordeón.

Nicolás, Catalina y Sofía tuvieron un tata, un tremendo tata. Desde ahora tendrán una foto que les contará, de vez en cuando, algún cuento que los tenga a los tres, más hermanos que nunca, escuchando la mejor voz para aprender.

Claudio Rubio fué mi amigo. Nunca lo traté de tú porque los dos aceptamos que nuestra amistad fue más importante que celebrar un tardío ritual para romper esa barrera.

Claudio, amigo mío, espero que desde donde estés nos acompañes para siempre y que nuestras cartas las puedas leer en paz con tu voz ronca y cariñosa.

Hasta siempre

Christian Staiger

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