jueves, 4 de febrero de 2010

El odio ¡salvemos a esos niños!


Viendo un video en youtube que muestra una multitud celebrando el triunfo de Piñera, me he quedado impresionado.
La frase: “Comunistas maricones, les mataron los parientes por huevones” suena coreada por muchas, demasiadas personas. Me detengo en dos niños que la gritan con más ánimo y rabia que el resto. “Volveremos otra vez, como en el 73” gritan entre muchos otros coreos de barra brava.

Esta reflexión la hago desde mi generación, desde mi historia, que se escribió a partir de la historia de mis papás. No me siento responsable de lo que ocurrió, pero a partir de ello, lo soy por lo que ocurre y ocurrirá. Mis hijos ya escriben su propia historia, y les quiero enseñar algunas palabras para que escriban con ganas.           

El odio se define como un sentimiento negativo hacia algo o alguien, al límite de desear o propiciar su destrucción. Se basa, entre otros factores, en el miedo.
Me pregunto que miedo pueden tener personas que probablemente, como los dos jóvenes del video, nacieron después del 73. Me da pena saber que los padres de esos niños hayan decidido, por sobre otras enseñanzas, la del odio.
Esos niños necesitan ayuda urgente. Esos niños profesan el odio. Esos niños celebran alegres con odio. Esos niños serán padres y tenemos que evitar que repitan la tradición. Esos niños, muy probablemente son católicos, lo que en Chile es normal. Quisiera que el cura que los bautizó, los confirmó, los casará y bautizará a sus hijos hiciera su propio mea culpa. Esos niños no crecieron en el desamparo social ni económico. Esos niños crecieron en un desamparo peor, en el familiar, en el del cariño.
Esos niños odian porque les enseñamos a odiar.
La nobleza de las causas no es proporcional a la publicidad que de ellas se hace, sino al resultado que ellas producen. Salvar a estos niños del odio es una buena causa. Esa causa es tarea de todos. Esa causa la hemos abandonado, voluntariamente algunos,  obligadamente  unos pocos, y por desesperanza la mayoría. La historia de nuestro país no se acabó, sigue y la tenemos que escribir nosotros, los de ayer, los de hoy y los de mañana, entre los que estarán los hijos de esos niños.
Me apena comprobar que después de todo lo vivido, muchas personas ya aceptaron que la muerte y tortura de miles de personas en Chile no fue tan grave. Que era más grave que a alguien le tomaran una fábrica o le intentaran arrebatar una propiedad. Era más grave hacer colas para adquirir productos acaparados.  Y ahí fallamos todos. El barco zarpó desde ese puerto y la historia que quedó en la orilla se perdió en el horizonte que ya nadie puede reconocer desde la popa de este barco sin estela. El odio viene del miedo. Entonces tendremos que prender luces e iluminar este barco. Estos dos niños tienen que abordar con nosotros. Estos niños tendrán que conocernos para ser conocidos. A estos niños los tendremos que recibir como iguales y con confianza. Ellos podrán aprender porque les enseñaremos. Estos niños tendrán pues, algún día, de adultos, el legitimo derecho de tomar el timón por un tiempo. De eso se trata la democracia, de eso se trata que un grupo humano se prepare, en comunión para que cualquiera de los suyos tome el timón.
Fuimos capaces de erradicar la violencia y todos ayudamos en eso, de alguna manera. El odio, sin embargo, interfiere las brújulas, mancha el papel y descolora las tintas. El odio desafina la música y hace ilegible los libros. El odio tergiversa los discursos y oscurece el alma. Podemos y debemos hacer algo para evitarlo. ¡Salvemos a esos niños!

1 comentario:

  1. El odio que se percibe en esas imágenes me ha dejado, como a tu hermana, sin palabras. Pero no puedo eludir tu desafío.
    Ese odio no se elimina por decreto. Ni por llamados como el que tú haces.
    No se elimina de la faz de la tierra con la sola voluntad de aquellos que ya han comprendido, que no lo ejercen ni en el ¿legítimo? acto de la justicia y la respuesta.
    No sé si seremos -en tanto especie que formula su estrategia de supervivencia en su condición de extrema agresividad- capaces de eliminarlo alguna vez. La historia parece insinuar que no.
    Los únicos intentos van por el lado de la educación, y en ese aspecto, la perspectiva es aun más pesimista.
    Ya sé, eres optimista incorregible y yo, también.
    Intentemos, entonces con realismo y sentido de las medidas a establecer la cultura del no-odio. Es decir, rescatar a esos niños con una invitación, un ejemplo y la demostración palpable de que es posible vivir sin odio.
    Pero sin limitarnos a la política de la otra mejilla, que se estrenó hace veinte siglos y ha sido una sucesión de fracasos estrepitosos.
    Sugeriría que intentemos demostrar lo absurdo que resulta la competencia extrema que estamos inculcando a aquellos niños. Todo, los juegos,la educación , el ocio, el trabajo, todo gira en torno a competir. Quien corre más rápido, quien tiene más dinero, quien llega primero, quien vive mejor. Enseñemos simplemente a correr, a comprender el mundo del dinero y los bienes, a vivir. Cambiemos el verbo competir por el de compartir. Es posible que entonces recordemos algo de cómo vivir y olvidemos en alguna medida la práctica del odio.

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