sábado, 30 de enero de 2010

Libertad de expresión



Expresión y Libertad,  palabras que pronunciadas juntas han sido bandera de causas  y luchas en todos los tiempos e historias de este mundo.
¿Libertad de Expresión con mayúscula, o expresión en libertad con minúscula?
Está el condenado atado de manos en la plaza pública. Al frente la multitud, ya resignada, solo murmura. Lo acompañan en el escenario el verdugo, hombre grande,  y con la cara cubierta por un capuchón negro. Y está tambien el cura, que siempre acompaña a los condenados a muerte, afirmando  con sus dos manos una biblia, que desde su posición de oficial de fe y con una expresión morbosa, le escribe a la historia los detalles de aquel espectáculo. Su presencia en la ejecución representa  la forma decente y religiosa de matar personas, divina ironía.
El delito: Maldecir al Rey.
“Rey hay uno solo y se lo debe respetar, señor condenado. La muerte en la guillotina es su castigo”, lee a voz fuerte y pública el alguacil.
Su Cabeza en posición, justo debajo de la filosa hoja de la guillotina. En un gesto muy humano, no por ello necesariamente bueno, el cura se agacha y le ofrece la palabra al condenado. “Puedes decir tus últimas palabras, pobre hijo del Señor”
“Viva la libertad, muerte al Rey”
La guillotina en su pesado viaje escucha el silencio tragado por las gargantas del vulgo. El corte ha sido preciso y la cabeza ha rodado hacia el canasto. En el balcón, el Rey , indignado, comenta con sus cortesanos: “¿Escucharon lo que dijo?” “mereció morir por eso”. Acostumbrado ya a estos ritos, toma un generoso trago de vino, enjugandose las barbas con la manga derecha de su traje.
Las gentes, amigos y parientes  del decapitado, volviendo ya a reanudar sus pobres vidas susurran, con convencida y eterna sumisión: “Que valiente que fue este hombre, su mensaje lo llevaremos por todos los rincones del reino”
La historia recompensa con unas pocas líneas de tinta a aquellos que se han expresado libremente, aunque dejando claramente  insinuado, que ese capricho ha debido pagarse con la vida. 
Ser responsable de interpretar bien la Libertad de Expresión es difícil, y responsable debe ser el que expresa y el que escucha y lee. Con mayor razón entonces, el que aparte de escuchar y leer, entiende.
Tienes el derecho de expresarte libremente. Te discutiré pero reconoceré cuando tengas razón, y te lo diré.
Tengo el derecho de expresarme libremente, porque diré mis palabras con respeto, me haré responsable por ellas, y entonces me ofrecerás la posibilidad de convencerte. 
Tenemos el derecho de expresarnos libremente, porque nuestras palabras viajarán horizontalmente, colgadas imaginariamente de nuestras miradas de frente.
Somos responsables de interpretar bien esta libertad, porque de ello depende que los libros de historia se escriban con varias tintas, las suyas, las nuestras y las de ellos.

1 comentario:

  1. La libertad no es sólo ausencia de cárcel. Es mucho más que eso.
    La de expresión es la principal. No sólo para ir pregonando tu verdad en la calle o en la prensa, sino también para ejercer la del silencio. En ella están basadas todas los demás. Lo dijo alguien, podría haber sido Brecht: En las dictaduras, todo aquello que no está prohibido es obligatorio.
    Tu decapitado ejerció por el espacio de unos segundos, el tiempo que media entre su última frase , una seña al verdugo, el hecho de accionar el mecanismo y el viaje vertical de la cuchilla, su más plena y total libertad. Es su opción y su derecho, es su muerte, pero también es toda su vida.
    ¿Vale la pena? Cada quien tiene su propia respuesta. Su verdad, su vida, su muerte.
    Yo pienso, es decir, observo que por mucho menos se ha decapitado. Por apellidos, procedencia, y lo que es peor, por el simple hecho de pensar. Visto de esa perspectiva, morir por aquel último grito de libertad bien vale la pena.
    Pero no es necesariamente la idea morir por la libertad de expresarse. Supongamos, por un momento, que ya hubiéramos llegado a ese feliz momento en que ese derecho estuviera para siempre plenamente garantizado para todos. (Estamos lejos todavía) En ese preciso instante tendremos que ocuparnos del cuidado de aquel derecho conquistado o regalado. Respetar la opinión del otro, cuidar la propia. Hablar fuerte, claro, comprometido y directo, pero con respeto genuino hacia quien opina de otra forma. Ganará no quien grite más fuerte, sino quien escuche mejor.
    Entonces seremos más libres, más plenos, más felices. Y habrá menos decapitados. Podremos poner a las guillotinas en su lugar definitivo, los museos.

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