jueves, 9 de septiembre de 2010

De excelencias y palabras

Gobernar el Chile de estos tiempos debe ser el mejor ejercicio para perder algunas convicciones. Se gobierna luego de ganar, sin embargo. Curiosa ironía. Se gana para luego perder un poco. Eso le pasó a nuestra concertación. Eso tenía que pasar. Las victorias que duran veinte años deben dar demasiadas explicaciones. 
Nuestra democracia de internado juvenil, bien limitada por un sistema electoral que no permite mayorías claras, y guiada por las altas exigencias constitucionales de quórum, hacen de nuestro sistema político un mercado de transas y tratos que hacen viscoso nuestro desarrollo social. Nos hemos desarrollado de a poco. De a muy poco, a mi gusto.
Gobernar es, desde Marzo, tarea de otra gente. Perder entonces algunas convicciones es también tarea de ellos, de la misma manera que lo fue de nosotros. Y vaya que ha de ser difícil ese ejercicio para quienes no están acostumbrados a perder.
La reflexión necesaria es nuestra entonces. Estamos acostumbrados a que nuestros políticos deban perder sus convicciones. Eso es lo que de alguna manera aceptamos, por acción, algunos, y por omisión el resto.
Un análisis intelectual consensuado podría sugerir que el avance experimentado por el país durante los veinte años, fue en una dirección determinada. Avance negociado, avance lento, con errores y a veces desconcierto. Avance legítimo, sin embargo, puesto que fue de mayoría y en relativa sintonía con la región. 
Sugerir que el país no avanzó en veinte años es un error. El país avanzó menos de lo que unos quisieron, es cierto, pero en la dirección deseada por la mayoría durante veinte años. 
Nos hemos olvidado muy a menudo de nuestro precario nivel intelectual. Y ese nivel es compartido de manera brutal por nuestras élites a ambos lados de las mesas políticas. Escaso nivel que se hace más notorio cuanto más abajo llegamos en las escalas sociales y que ha sido y será durante muchos años un lenguaje común con el que hablamos nuestra historia. 
El nuevo gobierno ha basado su instalación en el ya ajado concepto de la excelencia. Excelencia nueva, formada en la misma patria y con la misma educación que recibió la excelencia antigua. Hemos visto entonces, que las decisiones ahora son excelentes, que las designaciones son excelentes, que los proyectos de ley son excelentes, que la gestión ahora es excelente y que el resultado de esta nueva forma será un mejor país. 
Hasta ahí llega mi paciencia intelectual. El escenario simplón y perverso, de los buenos y los malos, de los patriotas y antipatriotas tiene un límite claro que no me permitiré traspasar, a pesar de las frecuentes y transversales invitaciones que formulan muchos de nuestros políticos.
La soberbia rabiosa ha adornado explicaciones, en relevos de personeros barrabravas que se han demorado más que otros en aceptar las diferencias y tolerar las diversidades. 
Espero entonces, entendida la premisa inicial, que aquellos que gobiernan aprendan de nuestra visión. Pido nobleza en este aprendizaje compartido.
El homenaje que debamos rendir a este gobierno, de merecerlo, será tarea de otros tiempos, y si el empeño es puesto hoy en tratar de determinar la calidad y cantidad de ese homenaje, entonces será el triunfo del subdesarrollo.
Trascender en la historia no se compra. Ser simpático cuando nunca se lo ha sido tampoco se compra. La historia tiene un lugar reservado a cada protagonista, y su ubicación no se licita, no se transa en bolsa, ni menos se canjea con cupones de pasajero frecuente. Demorar un anuncio de sobrevivientes es un acto que no me gustaría ver de nuevo. 
Eventos extraordinarios como un terremoto o el derrumbe de una mina ocurren menos veces de las que los publicistas de turno quisieran. El resto del tiempo ocurren cosas más  graves y perpetuas como el egreso de la escuela de muchos jóvenes que no entienden lo que leen. 
Un país con el escaso respeto que demuestra el nuestro por la educación de sus habitantes no está preparado para entender muchas cosas. Valerse de eso para informar realidades mentirosas es un acto de prepotencia que se cobrará posiblemente con la indiferencia electoral en cuatro años, pero que pagaremos todos en incomodas cuotas diarias por varias generaciones. 
Aun tenemos problemas básicos que solucionar y las visiones de izquierdas y derechas son diferentes en esos temas. Esas diferencias, sin embargo, tendrán que ser negociadas al amparo de nuestra realidad política. La realidad de ser un país que aceptó un acelerador que solo funciona accionando el freno simultáneamente.
Las excelencias tendrán que ponerse ropa de trabajo, ya sin el abrigo de promesas y expectativas recientes. La nueva excelencia, en cuatro años más, será parecida a la vieja excelencia. Es el destino de las palabras.

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