miércoles, 25 de agosto de 2010

Hostal La Macarena


El aire de la calle de atrás de la Plaza Mayor bien merece el frío de una caña de cerveza. El jamón Ibérico llega siempre para acompañarla. El calor invita a sentarse. Una charla de amigos que se ve interrumpida casi terminando el plato.

Keith, el padre Keith. Barba de jesuita, pelo de jesuita, acento británico de los mejores y un histrionismo que da envidia se acerca y se presenta.

El padre Keith es un borracho desahuciado que perdió su billetera mientras dormía una resaca en Paris.

Keith tiene hambre y nos pide un pedazo de jamón. Con su mirada mantiene a distancia al mozo que lo observa desde la entrada del bar. Los mendigos no son bienvenidos cuando pueden molestar a los clientes. Este mendigo, sin embargo, es un mendigo con credenciales de príncipe.

Cura Jesuita inglés devenido en alcohólico errante. Brillante sacerdote, según cuenta que lo contaban. Chiapas en México fue su destino de sanación. El superior lo alentó a misionar en una zona de conflictos que no solo le tocaron el alma. Una bala que falló su cabeza encontró el cráneo de su amigo burro. Era una prueba de valentía que tuvo que pasar caminando sin volver la mirada atrás.

De ahí a Madrid serán quizás muchas historias. Algunas ciertas y otras más ciertas. Historias que han sabido mezclarse con el licor que bota el cuerpo y olvida los propósitos.

Do you believe in god? Le preguntamos. Y la respuesta sale entonada con un ingles que armoniza con su actuación.
Of course I believe in god. I just don’t like him anymore.

La respuesta es brutalmente honesta. La mirada segura nos cuenta, de manera sutil que la orden lo ha dejado partir. Su misión es ahora más personal y difícil. Terminar sus días entre sus compañeros de alcoholes y abandonos.

El padre Keith no quiso bendecir a la madre Teresa de Calcuta. Ella se lo imploró a él entre muchos otros. Ese honor no lo hace más noble entre los que creen y pregonan. El no cree haberlo merecido.

Disfruta el jamón dando unas gracias eternas. El pan que lo acompaña recibe los mejores cuidados de sus manos cansadas y temblorosas. El pan no solo le sacia el hambre. El pan lo hace recordar por un momento como se habla una historia con alguien que te cree.

Conocimos un hombre que nos dijo quien fue, mostrándonos el que ahora solo puede ser.

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