lunes, 18 de enero de 2010

La sospecha


Soy un optimista crónico. Lo fui ayer, hasta las 18:15, y lo sigo siendo desde ayer, a las 18:16. Que simple, dirán algunos, pero lo cierto es que cuesta. Aunque es más fácil ser pesimista, seguiré por este camino, que durante algunos días será un poco ripiado creo, aunque transitable.
Ser político en Chile se convirtió hace tiempo en una actividad sospechosa. Se es sospechoso de todo, de quererlo todo, de ser desleal, de tener intereses, de prometer y no cumplir, de robar, de flojear, de ser pillo, de ser una persona normal en circunstancias en las que hay que ser……normal!
Ser político es ser enemigo, si se habla desde el otro lado, y digno de permisividad absoluta cuando se lo hace desde acá. Ser político es pertenecer a un grupo de personas que no merecen sueldo, y que además este debe ser público, momento desde el cual pasa a ser siempre superior al que debiera ser, por más justificado que esté. Ser político no permite tener gustos, no permite cometer errores ni ser apasionado. Ser político en Chile, significa tener que renunciar a su propia identidad, para no ser discriminado por aquellos que tienen otra, cualquiera que esta sea. Ser político en Chile es ser un sospechoso.
Pero las sospechas requieren dos actores para consumarse. El sospechoso y el que sospecha. Y en Chile dejamos que alguien nos transformara en sospechadores. Los medios se dedicaron sistemáticamente a enseñarnos eso. El rumor popular sirvió de transporte sin restricción ni filtro de acusaciones que muchísimas veces la justicia se encargó de desechar (pero la justicia también es sospechosa)
La sospecha tiene en Chile más peso que la verdad misma. La sospecha no solo acusa, sino determina, enjuicia y castiga. La sospecha se ha transformado en jueza suprema. La sospecha se instaló en Chile, y encontró acogida y protección.
Y entonces todos somos sospechosos, lo que en el caso de optar por la política hace a una persona sospechosa entre los sospechosos.
Y resulta que por esto nos hemos privado de admirar a muchos de nuestros políticos, como líderes que fueron escogidos por nosotros mismos para guiarnos y asumir un poder que alguien debe asumir, un político, de preferencia. Y políticos los hay, de derechas e izquierdas, que hablan bien, algunos, y que miran mejor, otros. Los hay que piensan profundo y aquellos que deciden rápido. Los hay también, aunque pocos, los que hacen todas esas cosas juntas, estadistas como son conocidos. Confundimos fatalmente los sentimientos, instalando amor y odio como dos opciones excluyentes y únicas en nuestra relación con los políticos, opción que nos privó de la admiración y el respeto.
Políticos hay tantos como tipos de ciudadanos. Nos representan en el amplio crisol de personas como encontramos en la sociedad civil.
¿Podrán entonces los políticos ser mucho mejores que nosotros? ¿Por qué? Y el hecho de que no lo sean, porque se han educado igual que nosotros, han comido lo mismo que nosotros, y han vivido entre nosotros, los ha convertido en sospechosos.
Abundan hoy los ensayos profundos que intentan explicar, desde distintas visiones lo que ocurrió ayer. Y lo que ocurrió ayer empezó a ocurrir hace tiempo.
La historia reciente de Chile tiene 20 años, lo que en perspectiva la sitúa en la adultez temprana. En Chile hicimos una transición en la que aceptamos que el pasado se escribiera con varias tintas. Tintas que implicaban distintas prioridades en las escalas humanas de valores. También hubo tintas que no quisieron salir de algunas plumas, las más izquierdas, poniendo en duda la legitimidad del papel. Esas tintas faltaron y ahora tienen la oportunidad de escribir con tres plumas incipientes desde el parlamento, lugar que dejaron obligadamente hace muchos años y al que no quisieron entrar voluntariamente hasta ahora. Bienvenidos sean.
Soy optimista y como tal no quiero sospechar de los que acaban de ganar. No merecen mi sospecha, lo que decido yo, pero no se han ganado mi reconocimiento, lo que tendrán que decidir ellos.
Yo no sospecharé, y desde este otro lado interpelaré a aquel que sospeche por sospechar. La oposición tendrá que ser sin sospechas. La oposición tendrá que ser cautelosa, con certidumbres y críticas, y tendrá que permitir el error, que si existirá, porque afortunadamente aún no se aprueba una ley que los prohíba. Y serán nuevos errores, de los que aprenderemos cuando nos toque otra vez, tal como ellos aprendieron (espero) cuando les toca ahora por lo próximos cuatro años.
La invitación es que desde la acción personal, aprendamos a criticar sin prejuicios de sospecha. La invitación es a que las críticas sean por las palabras proferidas y por las acciones emprendidas, no por la cara, el barrio, el partido o el puesto ostentado. Las críticas también deben ser positivas. Los aciertos no pertenecen solo a un grupo, y esas críticas nos alimentan el alma a todos, oscuros y claros.
Queremos mejores políticos. Que tremenda reflección!! Debemos ser mejores personas. Que tremenda tarea!!

1 comentario:

  1. Querido amigo
    Con mucho gusto (y un dejo de orgullo) me acabo de inscribir como seguidor de tu blog.
    Me gusta tu optimismo, lo digo con algo de envidia.
    Aunque, en el fondo, soy tal vez tan optimista como tú. Y está bien serlo.
    Pero debemos recordar que el optimismo solo no sirve de mucho y puede transformarse en un sedante o estupefaciente.
    Cuando el optimismo es realmente bueno es cuando va de la mano con la acción.
    Te acompaño en el desafío de liberarnos de la sospecha. Difícil, como tú dices, pero necesario. Es como entrar a una casa con los pies embarrados y pisar la alfombra sin verla o sin querer verla.
    Limpiémonos los pies con cuidado. Inspiremos profundo y entremos como si no supiéramos del aire que vamos a respirar en esta casa ajena.
    Miremos los muebles, los cuadros en la pared o su ausencia. Escuchemos la música o el silencio que nos recibe.Aceptemos las cortesías que posiblemente recibamos de nuestros anfitriones.
    Intentemos no escuchar los insultos que posiblemente nos esperen.
    Convoquemos a un diálogo con el alma limpia y libre de prejuicios, si ello es posible.
    Compartamos todo lo que nos ofrecen de buena fe.
    Démosle tiempo y démonos tiempo.
    Cumplamos cada uno de los requisitos de la amistad.
    Nuestro verdadero diálogo, no obstante, será luego con quienes llegaron con nosotros a la puerta y tal vez no recibieron invitación, o no quisieron escucharla. Les contaremos de los saludos recibidos o de los silencios, de los cuadros y el vacío de los libros y de las cenizas. Del frío de las sonrisas, de la hondura de sus rencores.
    de la altura de sus soberbias.
    Con ellos hablaremos de nuestros errores, de nuestros miedos, de nuestras cegueras, que también existen.
    Habremos hablado unos minutos de los otros y quedará todo dicho. Hablaremos una eternidad de lo nuestro
    y nos faltará tiempo.
    Tenemos una tarea por delante que es la de retomar la ruta extraviada. Tenemos que dibujar nuevos mapas y adquirir nuevas brújulas. Enseñar el camino de penetrar en los misterios. Hacer atractiva la duda y afirmarnos de nuestras dudas. Hay mucho trabajo por delante y cuatro años es poco tiempo.
    No hay que responder, hay que enseñar a preguntar. Aprender a tomar lo que necesitamos y a desechar lo que no nos sirve. Algunas mañanas habrá que ayudar la primera de las preguntas posibles. A mediodía, tal vez ensayar una pregunta en común. En las primeras horas de la tarde, comprender que las respuestas pueden existir. Al ocaso, iniciar su búsqueda. Y antes de ir a dormir, ver como el otro también es capaz de encontrar su propia respuesta. Entonces, nuestra vigilia no habrá sido en vano
    Y dormiremos tranquilos.

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